viernes, 30 de septiembre de 2011

Hasta la vista, Beijing



Finalizo ya mis crónicas pequinesas dedicando esta entrada a uno de los lugares más atractivos a nivel visual de la capital y, por ende, concurrido cualquiera sea la estación. Se trata del Palacio de Verano, el cual solo pude visitar el mismo día que salía mi tren a Shaoxing, con lo que tuve que ir un poco a la carrera. Aparte, estaba repleto de turistas para variar, así que tan poco me quedaban muchas ganas de explayarme por allí. El recinto, a unos 12 kilómetros del centro de Beijing (aún así, es posible llegar en metro), comprende una serie de templos, palacetes y jardines, situados alrededor del lago Kumming. El punto principal, desde el cual se puede apreciar todo el conjunto, es la sala de la Benevolencia y la Longevidad encima de una colina de 60 metros, construida con la tierra excavada para hacer el lago. Esparcidos por sus laderas hay varios pabellones y templos budistas, algunos abiertos al público.


El Gran Corredor







Los primeros trabajos de construcción del palacio se remontan al siglo XII. A partir de aquí, este recinto, lugar de recreo y retiro vacacional de los emperadores cuando llegaban los calores, fue sometido a diversas ampliaciones y remodelaciones. En 1860, durante la guerra del Opio, las tropas anglo francesas lo destruyeron y tuvo que ser reconstruido de nuevo, consumiendo sacos y sacos repletos de plata en detrimento de la marina china que vio disminuido drásticamente su presupuesto (cosa que a la larga le costaría caro en la posterior guerra contra Japón). Más tarde, en 1900, el monumento volvió a sufrir un fuerte ataque, esta vez a manos de las ocho potencias extranjeras aliadas durante la rebelión de los Boxers, con lo que una vez más tuvo que ser restaurado. Tras el fin de la época imperial, el palacio se convirtió en parque público.







Notas históricas y culturales aparte, lo que de verdad me llama la atención es el curioso nombre de los diferentes pabellones y jardines del palacio, o al menos como los traducen al español. A juzgar por lo visto hasta ahora, me da la impresión que a los emperadores les gustaban los floripondios una cosa mala. Así tenemos lugares solemnemente bautizados como "Sala para escuchar a las oropéndolas", "Pabellón conocedor de la primavera" o "Jardín del gusto armonioso". Esto es algo que ocurre no solo aquí, sino en todos los monumentos de este tipo en China a lo largo de su geografía, aunque fijo que para los chinos no suenan tan cursis.







Fue un buen broche final a unos días geniales en Beijing. Como ya dije, seis días me supieron a poco y me quedé con ganas de más. Ya no se trataba de visitar este u otro lugar, sino simplemente por el hecho de “estar” allí, recorrer las calles, hablar con la gente (si, señores, ya ando más sueltecito con el mandarín), vivir lo cotidiano, y saborear sus manjares, como el pato asado que me metí entre pecho y espalda poco antes de coger el tren. Exquisito.



Mañana es el día nacional chino, y por tanto tenemos por delante una semana entera de vacaciones (no, la verdad es que no me puedo quejar). Aprovecharé para ir a algún sitio, quizás a la provincia de Jiangxi, ya os contaré el jueves o viernes que viene.

"Jamás se desvía uno tan lejos como cuando cree conocer el camino."

lunes, 26 de septiembre de 2011

De puesto en puesto

Para aquellos que disfrutan explorando mercados en busca de gangas de todo tipo y ejercitando el noble arte del regateo, Beijing es un auténtico paraíso. Tiendas y mercadillos dispersos por toda la ciudad, que ofrecen al visitante un gran variedad de productos al alcance de cualquier bolsillo. Una de las calles comerciales con más solera y transitada es Wangfujing Dajie, plagada desde tiendas desde tiempos de la dinastía Ming. En esta área, totalmente peatonal, se encuentran numerosos grandes almacenes así como pequeñas tiendas y restaurantes. Los productos suelen ser de buena calidad, aunque hay que tener mucho cuidado con las imitaciones, que en China abundan.




El trío resplandor


Animadores intentando atraer a los viandantes

Pero la parte del distrito de Wangfujing que quizás llame más la atención del viajero, es una de sus calles perpendiculares, Donghuamen, repleta de puestos de comida callejera para todo tipo de paladares. Un sitio en el que disfruté bastante, la verdad. Desde pinchos de araña y escorpión frito, caballitos de mar, ciempiés y otras “delicatessens”, hasta cosas más normalitas, como rollitos de primavera, mantou (panecillo hervido) o jiaozi (una especie de empanadilla rellena de carne y verduras). Aquí también me encontré con algo que me resultó familiar. Se trata de algo muy parecido a los callos, que resultó ser estómago de vaca. Yo, que no le hago ascos a nada, me tomé un cuenco y estaba muy rico.









Otra zona de compras peculiar, aunque no muy recomendable para los amantes de los animales, es el mercado de Guanyuan, donde se venden plantas, mascotas y utensilios relacionados con su cuidado. Aunque a decir verdad, este vocablo es algo desconocido para los vendedores, como demuestran los alaridos de los cachorrillos y maullidos de los gatos, hacinados en jaulas minúsculas y a la intemperie. Yo me encariñé con un puestecillo donde una anciana vendía anfibios, tarantulas e insectos. Me pasé la mayor del tiempo charlando y preguntándole a la buena mujer por los bichos que dispensaba, y al final acabé comprándole un saltamontes.









Si lo que uno busca es comprar un recuerdo para la familia, la novia, o la amante, o simplemente, descubrir objetos bizarros, una buena opción es el mercado de antigüedades de Panjiayuan. Un equivalente al “Rastro” madrileño, con miles de anticuallas de segunda mano, donde el regateo es una norma. En este curioso lugar podemos encontrar, entre piezas de artesanía, pinturas y muestras de caligrafía tradicional, gran cantidad de artículos de propaganda maoísta (yo me hice al final con un libro rojo de Mao, petición especial de mi padre) y otros vestigios del pasado, lo que convierte a este lugar es una especie de museo callejero. Muy recomendable.






Marionetas de sombras tradicionales

Antes de concluir, una pequeña nota sobre el regateo. Es recomendable empezar proponiendo al vendedor un precio equivalente al 40% de lo que pensamos que puede costar un artículo, y a partir de aquí, ir haciendo incrementos del 5%. Si el vendedor se pone duro e intransigible, basta con darnos media vuelta y salir por la puerta, veréis que rápido cambia de opinión. Por supuesto, ni que decir tiene que el dominar algunas palabras claves como “pianyi” (barato) o “gui” (pronunciado “cui”, caro), y mantener una actitud abierta a la negociación (hay que evitar los malos humos y refunfuños), ayudan en el proceso.

“El hombre que no sabe sonreír no puede abrir una tienda.”

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Va de templos



Hubo una época en la que en Beijing se alzaban más de un millar de templos de diferentes religiones. Tras la llegada al poder de los comunistas de Mao, y la abominable destrucción arquitectónica asociada a los mismos, el paisaje de la ciudad cambió por completo y hoy día solo se conserva una pequeñísima parte del legado cultural y religioso de antaño. En los días que estuve por allí, pude visitar los más representativos y mejor conservados de la ciudad. El primero, el Templo del Cielo, construido en el siglo XV, enclavado en un hermoso parque donde los locales suelen reunirse para jugar al xianqi (una especie de ajedrez chino), practicar taichí o simplemente charlar con los colegas. La atmósfera que se respira en el recinto es estupenda y es un lugar recomendable para relajarse, a pesar de los grupos de turistas y su guía con megáfono y banderita en mano.


Sala de las Plegarias de las Buenas Cosechas





La estructura de los edificios y jardines aledaños al Templo del Cielo sigue un patrón de circunferencias (que simbolizan el Cielo) refugiados en bases cuadradas (relacionadas con la Tierra). El edificio principal del conjunto es la sala de las Plegarias de las Buenas Cosechas. Era aquí donde los emperadores presidian los rituales en los cuales se rezaba al dios de las cosechas, tanto en primavera (al inicio) como en otoño (cuando se recogían los frutos). Aparte, se pueden visitar otras construcciones, como la bóveda imperial del Cielo, con el muro del eco en su parte posterior. Por lo que dicen, si uno dice algo en uno de los extremos, se puede llegar a oír en el lado contrario, ya que el sonido se transmite por la pared. Pero como había tantos turistas y griterío, me quede con las ganas de comprobarlo. También destaca el altar circular, con una piedra en el centro desde donde, al parecer, uno habla y la voz se expande hacia todos los ángulos. Ni que decir que tiene que tampoco pude verificarlo debido a la marabunta humana que inundaba el promontorio.


Boveda Imperial


¡Que bulla por hacerse la foto encima de la piedra!





El otro gran templo pequinés por excelencia es el de los lamas, aunque de estos no vi a casi ninguno por allí. Es el mejor ejemplo de templo budista de la capital y unos de los puntos más atractivos a nivel arquitectónico. Una de las joyas incluidas en el recorrido es la estatua del buda Maitreya de 18 metros de altura, inscrita en el libro Guiness de los records como la estatua de Buda hecha en madera(de sándalo) más grande del mundo.







Estos dos templos son solo una muestra de la riqueza arquitectónica y cultural que aún se conserva en la capital de China. Si uno dispone de más tiempo, existen otras opciones bastante sugerentes. Pero a decir verdad, a mi lo que más me frenaba a la hora de visitar templos era que, tras un año en China, ya ando un poquito quemado de ver monumentos religiosos, con lo que me decante más por visitar mercadillos y otras zonas bizarras por el estilo los días que me quedaban en Beijing. Pero de ello ya hablaré en la próxima entrada.

“Una mano sobre los ojos es suficiente para cubrir el cielo.”

domingo, 18 de septiembre de 2011

Pateando la muralla



Si hay un lugar que ningún viajero puede pasar por alto en su viaje a China, ese es sin duda la Gran Muralla, el monumento más emblemático del país y uno de los puntos más visitados de todo el planeta. Con una extensión de más de 7.000 kilómetros, recorre serpenteante unas siete provincias chinas, aunque la mayoría de gente suele visitar los tramos cercanos a Beijing.







La Gran Muralla empezó a construirse allá por el siglo III A.C en tiempos de la dinastía Qin, con el fín de defender los diferentes reinos de los ataques de las tribus bárbaras del Norte. Su construcción y expansión se prolongó hasta el siglo XV de nuestra era y se calcula que hasta 10 millones de trabajadores, en condiciones de esclavitud, perecieron en el proceso. Según la leyenda, se llegaban a aprovechar los huesos de los cadáveres como material de construcción. A pesar del afán de los diversos gobernantes por proteger sus dominios, la muralla no era ni mucho menos infranqueable, debido en parte a la inoperancia de los guardianes, muchos de los cuales recibían cuantiosos sobornos por relajar su vigilancia.




Algunas escaleras eran casi verticales



Existen diversos tramos abiertos para los turistas. El más visitado y conocido es Badaling, el cual suele estar abarrotado de grupos de turistas. Yo me decanté por Mutianyu, a unos 80 kilómetros de Beijing (2 horas en autobús más o menos), menos transitado y con unas vistas impresionantes, como estáis viendo en las fotos. Es posible llegar con transporte público a la misma entrada, por lo que no es necesario ir con ningún tour turístico, alternativa recomendada por los hoteles y agencias de viajes, las cuales, curiosamente, desconocen la primera opción (mucho más económica y gratificante). La parte que más me gustó de los 2.250 de muralla en Mutianyu es aquella que, por lo que dice un cartelito, no está abierta para los turistas, pero a la que se puede acceder sin problemas. Es un pequeño tramo sin remodelar, salvaje, con árboles y arbustos creciendo en la misma muralla, torretas semiderruidas, rampas inclinadas por las que hay casi que escalar… la sensación es genial, altamente recomendable.









Después de cuatro horas de subidas y bajadas, acabé bastante hecho polvo y con unas agujetas que me duraron los siguientes tres días. No sé como será Badaling y los demás tramos, pero este de Mutianyu tenía puntos en los que de verdad se requiere una buena forma física (y unos cuantos botellines de agua). A pesar de todo, la experiencia de recorrer la Gran Muralla es algo que todo viajero debería hacer al menos una vez en su vida, típicos tópicos aparte.

Próximamente más de Beijing, templos, palacios, mercadillos y demás.




“Quien no ha visto la Gran Muralla, no será un gran hombre.”

miércoles, 14 de septiembre de 2011

La hora de volver, la hora de Beijing




Destino de lujo para comenzar mi segundo año en China. Nada más y nada menos que la capital, Beijing (o Pekín para los nostálgicos). Una enorme urbe, cruce entre la tradición y el progreso más descontrolado, que acoge a más de 19 millones de almas y buena parte de los principales puntos de interés del país. Aunque la primera impresión quizás pueda ser algo negativa, debido especialmente al denso tráfico, tanto de vehículos como de personas, y al manto de polución que cubre la ciudad, si uno le concede algo de paciencia se puede llegar a descubrir un sitio de lo más acogedor, con gente amable y hospitalaria (y que hablan el mandarín con claridad, no como en Shaoxing), y rincones mágicos, más allá de los que vienen en las guías turísticas. Aparte, la oferta culinaria es enorme y hay actividades culturales casi a diario. Este sitio engancha. A decir verdad, los 6 días que pasé allí se me hicieron muy cortos.




El metro en hora punta




El yogurt tradicional pequinés, no había día que no me comiera al menos uno

Voy a ir desglosando mi experiencia en la capital en diferentes entradas. Empezaré por el mismo centro de Beijing, justo en la plaza de Tiananmen, la más grande del mundo, y sus aledaños, concentrándome en la Ciudad Prohibida, uno de los lugares que no se pueden pasar por alto si uno visita China. Este conjunto de pabellones sirvió de residencia a los emperadores de las dinastías Ming y Qing y, a diferencia de otras joyas arquitectónicas, se salvó de las consecuencias de la infame Revolución Cultural liderada por Mao Zhe Dong, gracias a la intervención de su mano derecha, Zhou Enlai. En su interior se alojan diversas galerías con numerosas muestras del arte chino y elegantes jardines, aunque ya a estas alturas los tenga ya muy vistos, todo hay que decirlo.







Para visitar el complejo en su totalidad se requiere todo una mañana y parte de la tarde. En total son casi 1000 edificios, aunque no todos son accesibles para los visitantes. La parte principal la conforman las Tres Grandes Salas, destacando la sala de la Armonía Suprema, utilizada por el emperador para ocasiones especiales, como fiestas de cumpleaños y otras ceremonias. Más adelante, detrás de estos pabellones se encuentran los antiguos aposentos de los emperadores, sus esposas y concubinas. Antes de llegar a la puerta de la Divina Armonía, al norte, se halla el gran jardín imperial, con sus senderitos, sauces llorones, puentecillos y esas rocas amorfas con agujeros que a los chinos les gusta tanto.









Justo al salir por la puerta Norte, me fui directo a Jingshan, una colina desde cuya cima se divisa unas vistas geniales de la Ciudad Prohibida y del parque Beihai con su pagoda blanca sobresaliendo de entre los árboles. Allí me dirigí para dar un paseo y digerir todo lo que había visto en lo que llevaba de día.


Vista desde Jinshang


Parque Beihai





Mi siguiente parada fue la calle de Nanluoguoxiang, rodeada de hutongs, callejones estrechos, símbolo de lo que en su día fue la fisonomía típica urbana de la antigua Beijing. Es un verdadero placer darse una vuelta por estas callejuelas y observar la vida cotidiana de sus habitantes. Por desgracia, la mayoría se están viendo condenados al desalojo y al derrumbe en aras de la modernidad. Fue en esta zona donde me llevé la mayor sorpresa de la jornada, al descubrir un puesto de churros. Si, así escritos tal cual, "churros" (en chino lo traducen como "la ding guo", o "fruta latina). Por lo que he leído (gracias Chinochano), se trata de la idea de un empresario chino que se quedó prendado de tal delicia tras una visita a España y se le ocurrió exportar el producto a su país. Un puntazo y saben igual (aunque el chocolate lo importan de Japón, eso si).









Y para finalizar, uno de los rincones que más me gustaron y donde acabe mi primer y largo día visitando Beijing, la plazoleta entre la torre de la campana (a la izquierda) y la del tambor.



¡Hasta la próxima crónica!



“La puerta mejor cerrada es aquella que puede dejarse abierta.”