El punto final antes de mi regreso a Seúl, era Busan, uno de los lugares más habitables en los que he estado. Situada en el punto más al Sur de la
península, es la segunda ciudad más grande de Corea y la gran capital portuaria
del país. Cuenta con importantes puntos de interés, con tantas o más cosas para
hacer que en Seúl, pero con un ambiente más fresco y relajado. Para mí, su
principal atractivo es que está a la orilla del mar y esto siempre me
condiciona a la hora de valorar un lugar (por eso me gustan Qingdao o Xiamen
más que otras ciudades en China, por ejemplo). Aparte, su gastronomía, basada
en los productos marinos, hace la estancia más grata si cabe. Por otro lado,
una vez más tuve la suerte de ser acogido por una gran persona, Kyuman, un estudiante
de medicina y luchador de kendo que
hizo lo posible para que no me faltara de nada. Chapeau.
El primer sitio que visite fue Gamcheon, un barrio pintoresco y muy colorido, en el que cada rincón era digno de fotografiar. Lo que en su tiempo fue una zona destinada a los refugiados durante la guerra de Corea, ha sufrido sucesivos lavados de cara hasta pasar a ser conocida como la Santorini del Este, aunque a mí más bien me vinieron a la mente las favelas de Rio.
Al caer la tarde, aprovechando la caída del sol, mi anfitrión y yo bajamos hasta la concurrida playa de Songdo, a darnos un baño después de otra calurosa jornada veraniega. Después dimos una vuelta hasta llegar al puente de Namhangdaegyo, desde donde observamos nuestro destino del siguiente día: Jagalchi, el mercado de pescado más grande de Corea.
Entre estanques con enormes cangrejos, descomunales pescados y barreños con
criaturas marinas que jamás me habría planteado que podían ser comestibles,
disfrutamos del mercado de Jagalchi y su espectacular ambiente. En el segundo
piso hay restaurantes donde probar las especialidades locales. Estuve a un paso
de probar el nakji, un pulpo pequeño
que los coreanos se comen crudo. Mi vena temeraria me incitaba a aventurarme
con este plato, pero después de escuchar a Kyuman explicándome que cada año
siempre muere alguien porque el dichoso pulpito se escabulle por el conducto
equivocado, entorpeciendo la respiración del comensal, me lo pensé mejor y
decidí decantarme por unos calamares fritos. Sí, amigos, me voy haciendo mayor.
Busan fue el genial colofón a un viaje que, si bien no ha llegado a dejarme
la huella del de Myanmar, ni ha tenido la misma dosis de acción que el de Laos
o Indonesia, sí que me ha dejado una impresión tan grata como los anteriores, y
desde aquí recomiendo que visitéis Corea si tenéis la oportunidad. Me ha
gustado tanto que no descartaría probar suerte allí si las circunstancias son
idóneas, quién sabe, yo de momento he vuelto a estudiar coreano por lo que
pueda pasar.
“Empezar es la mitad de la tarea”.
Proverbio coreano
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