lunes, 31 de marzo de 2014

Al son del gamelán




Sin apenas darnos cuenta habíamos llegado al final de nuestro viaje. Nuestra última parada antes de regresar a China era Yogyakarta, uno de los destinos turísticos más populares, en el centro de Java. Esta ciudad es una de las más importantes a nivel cultural y comercial de la isla, y está cerca de dos magníficos templos: Borobudur y Prambanan. Moverse por sus calles es bastante fácil gracias a su organizada red de transporte urbano. Su centro neurálgico está en la avenida Malioboro, cerca de la cual se encuentran los hostales de mochileros y los mercadillos de recuerdos. El producto estrella, omnipresente en todos los puestos, es el batik, un tipo de tejido típico de Indonesia. El mejor lugar para conseguirlo es el mercado de Beringharjo, aunque se requiere destreza y maña a la hora de regatear.
 
Un instante cualquiera en Malioboro



Como íbamos algo sobrados de tiempo, decidimos acercarnos uno de los últimos días a las costas del Océano Índico. A pocos kilómetros de Yogyakarta hay varías playas donde poder pasar el día, entre ellas la de Indrayanti, la que nosotros escogimos. Hasta que pusimos los pies en su arena blanca, tuvimos que pasar otra nueva odisea. Desde Yogyakarta no había autobuses públicos directos, sino que desde otro pueblecito tuvimos que buscar a alguien que nos llevara. Después de negociar el precio hasta la extenuación, un señor con bigote y pinta de ser el cacique local, aceptó en llevarnos. Por el camino empezó a llover a mares y no paró hasta que vimos el mar. La visión de las olas apareciendo por el horizonte, con las nubes coloreadas al fondo amenazando una nueva tormenta, compensaba todo lo recorrido.




El gobierno de la ciudad de Yogyakarta no depende directamente de la administración central, sino del Sultanato de Hamengkubuwono, el cual tiene sus dependencias centrales en el Kraton, un complejo que contiene la residencia del sultán y otros edificios históricos. El palacio central es un entramado de salas, que acogen diversos museos alrededor de la figura del sultán, y patios con pabellones donde hay actuaciones de gamelán a diversas horas del día. Este espectáculo musical consiste en una banda que toca instrumentos tradicionales y un coro de voces, generalmente formado por señoras mayores. A decir verdad, a pesar de la excitación inicial, apenas sobrevivimos a media hora de actuación.
 
Entrada del palacio
Miembros del personal del palacio
Todo a punto para el espectáculo



























Dejamos para el último día, el mismo en el que cumplía 34 años, la visita al templo de Borobudur, el monumento budista más grande del mundo. Consta de seis plataformas con el último piso coronado de estupas que cobijan estatuas de Buda. En sus muros se pueden apreciar excelentes relieves que representan diversos episodios de la cosmología budista. El templo está situado en un paraje mágico, rodeado de selva y con la silueta del volcán Merapi al fondo. No podía haber elegido mejor lugar para celebrar el cumpleaños.


Tengo que reconocer que quizás pasamos más tiempo de la cuenta en Yogyakarta. Creo que tres días hubieran bastado, pero nos decantamos por la tranquilidad e ir piano a piano en lugar de ir a otro lugar diferente con prisas. De todas formas, me encantaría hacer otro viaje por Indonesia. Hay tantos sitios por visitar, tantas experiencias diferentes por vivir en este mágico archipiélago, que un mes se queda corto.
En definitiva, el viaje no pudo salir mejor, no paramos en ningún momento y tanto Giacomo como yo volvimos con las baterías cargadas (y los gemelos de Puyol), aunque después de haber tocado el paraíso, volver a China no resulta nada fácil. ¡Paciencia!

Gracias a la abuelita que nos preparó ese "serabi" (dulce indonesio), uno de los mejores momentos del viaje. Va por ella



“Un bonito día, un regalo para el viajero.”
Proverbio indonesio


lunes, 24 de marzo de 2014

Pasando el ecuador



Un poco antes del mediodía, llegamos a la estación de Bukittinggi después de 17 horas de pesadilla a bordo de un autobús que tardaremos en olvidar. Al menos nosotros llegamos sanos y salvos, cosa que no pudieron decir los pasajeros de algunos vehículos siniestrados que vimos desde las ventanillas. Y es que la carretera se las traía, con tramos imposibles, llenos de baches, socavones y curvas cerradísimas. Solo paramos una vez, tras ocho horas, en la que el primer chófer, totalmente colocado, pasó el relevo a otro no menos estimulado. Para colmo, los asientos se movían y era difícil evitar no caerse, el hedor del baño se expandía por todo el autobús, y una estridente música pop local sonaba por los altavoces. Aún así, la mayor parte de los pasajeros dormían, ver para creer. Fueron las peores horas de todo el viaje, pero no había manera de evitarlas si queríamos llegar a nuestra meta. 

El horror



Mereció la pena la odisea hasta Bukittinggi (“colina alta” en indonesio), una tranquila ciudad, con un clima refrescante, rodeada de arrozales y dos volcanes en sus alrededores. Desde aquí es posible realizar varios circuitos de senderismo y otras actividades de aventura. Entre sus principales puntos de interés está la Torre del Reloj (Jam Gadang), construida por los colonos holandeses, en la plaza principal, con sus mercadillos aledaños. No muy lejos se halla el Panorama Park, desde donde se aprecian unas vistas espectaculares del cañón Sianok. Al atardecer, es posible divisar bandadas de enormes zorros voladores que salen de su guarida en busca de comida. 


Teh Talua, té mezclado con huevo y limón, todo un descubrimiento

















































Muy cerca de Bukinttinggi, a tan solo 5 kilómetros, se encuentra Koto Gadang, pequeña localidad famosa por sus talleres de orfebrería, instalados en antiguas casas de recreo de los colonos holandeses. La ruta hasta aquí se puede hacer a pie, pasando el cañón Sianok, siguiendo la serpenteante carretera. El paisaje es todo un espectáculo, con la imponente vista del volcán Merapi entre campos de arroz. Llegamos a la aldea bastante cansados y con ganas de comer. Ayudados por nuestros gestos y la palabra mágica “makan” (“comida” en indonesio), conseguimos que unas estudiantes nos guiaran hasta un restaurante local, donde nos pegamos un merecido festín a base de delicias de la tierra.

Nuestras salvadoras



Otro día decidimos pillar un autobús rumbo a Puncak Lawang, una colina cubierta de pinos desde cuya cima se divisa el lago Maninjau que, al igual que el Toba, se ubica dentro de un cráter volcánico. Alrededor de este bucólico paraje hay varias aldeitas donde habitan los miembros de la etnia Minangkabau, una sociedad matriarcal en la que las mujeres tienen un rol central. Ellas son las que manejan los recursos y toman las principales decisiones en el seno de la familia.




La estancia en Bukittinggi, además de ser la primera vez en mi vida que viajaba por debajo del ecuador, marcaba el final de nuestro viaje en Sumatra. Todavía nos quedaban unos días de vacaciones que decidimos pasar en Yogyakarta, en la isla de Java. Para ir hasta allí tomamos un vuelo local en Padang, una ciudad en la que apenas hay nada que merezca la pena visitar salvo el barrio chino. La noche previa al vuelo cayó una tormenta épica que inundó parte del paseo marítimo y casi tenemos que volver al hotel en canoa. De haber sido así, tampoco nos hubiera extrañado mucho; casi a diario se hablaba de alguna inundación, volcán o terremoto en las noticias. Pero, por suerte, la buena estrella seguía con nosotros.














Con voluntad hay siempre posibilidad.”
Proverbio indonesio

lunes, 17 de marzo de 2014

Érase una vez un lago



Con la congoja aún encima después de nuestro accidentado último trayecto, llegamos a la localidad de Parapat, punto desde el que salen los barcos hacia la isla de Samosir, en el centro del lago Toba. Este maravilloso lugar está ubicado en el cráter de un volcán extinto y es uno de los sitios de obligado paso para los que viajan por Sumatra. La magia y la paz de este paraíso en la tierra se empieza a sentir desde el primer momento en el que uno sube al ferry. Antes de salir, es preferible tener ya en mente el lugar donde alojarse y decírselo al piloto. En nuestro caso, fuimos a tientas y nos bajamos en el último hotel, que no tenía mala pinta. La habitaciones daban directamente al lago, todo un lujazo a un precio asequible. Por desgracia, solo pudimos quedarnos dos noches allí. Y es que durante los días siguientes ya estaban todas las habitaciones reservadas. Resulta que nuestra llegada coincidió con la celebración del Año Nuevo chino, y durante estas fechas todo se llena de turistas chinos, que abarrotan los hoteles. Precisamente nos fuimos a topar con todo de lo que íbamos escapando, mira por donde.

Uno de los hoteles a la orilla del lago
Piscina de nuestro hotel

Dejando aparte el engorro de tener que buscar otro lugar (que al final resultó ser mejor opción) para pasar el resto de días, todo lo demás allí nos cautivaba. Además de darnos chapuzones en las frescas aguas del lago, pasamos estas jornadas explorando la isla a pie. Desde TukTuk, aldea en la que nos instalamos, hasta Tomok hay un precioso sendero de unos 5 kilómetros bordeando la orilla del lago. Una vez allí es posible encontrar todo tipo de souvenirs y visitar la tumba de un antiguo rey de los Batak, la etnia local. 




Antes de convertirse al cristianismo, tras la llegada de los primeros europeos a la isla, los Batak profesaban religiones animistas y practicaban el canibalismo. Cuando tenían que decidir asuntos importantes, como a quien comerse por ejemplo, los líderes de la tribu se reunían en las sillas de piedra que aún se conservan cerca de la aldea de Ambarita, otro de los lugares a los que se puede ir desde Tuk Tuk. En el camino, os recomiendo parar a comer en Joe's Restaurant. En general, en el lago Toba se come de escándalo, pero este local se sale del parchis. No os podéis ir sin probar sus tacos. Además, los dueños son simpatiquísimos, y te hacen sentir como en casa, no os defraudarán.




Taco de pollo y verduras

Nos costó mucho volver a preparar la mochila y salir de la isla. Aquel era el lugar ideal para relajarse, sin prisas ni planes, simplemente estar ahí, vivir el momento sin preocuparse de nada más. Solamente el hecho de amanecer y ver el azul del lago juntándose con el cielo, nos hacía felices. 
Si el lago Toba era el cielo, nuestro autobús hasta nuestro siguiente destino iba a ser un verdadero infierno. 17 horas de recorrido atravesando la Trans-Sumatra Highway, que resultó ser una carreterilla convencional, llena de curvas y algunos tramos sin asfaltar. Para colmo, nuestros asientos eran supletorios y era imposible que se quedaran fijos en el suelo. La cercanía al baño del autobús, cuya puerta no cerraba bien, y los efluvios que salían del mismo, contribuyeron también a hacer de este siguiente viaje algo realmente inolvidable. Más en la siguiente entrada.













No importa lo bien que una ardilla puede saltar, alguna vez que otra se caerá.”
Proverbio indonesio


lunes, 10 de marzo de 2014

Cuando la tierra "erupta"


Otro lugar cercano a Medán, de relativo fácil acceso, y cuya visita merece la pena, es Berastagi. Esta localidad, situada en plena meseta Karo (nombre del grupo étnico predominante en la zona), es famosa por dos volcanes que se encuentran a pocos kilómetros. Uno de ellos, el Sinabung, erupcionó un par de días antes de que nosotros llegáramos. Los lugareños parecían muy tranquilos y describían lo sucedido con normalidad, a pesar de que el desastre se cobró hasta 14 víctimas, todas ellas muertas por intoxicación debida a los gases expulsados. Esta tragedia es una más de tantas que ocurren este país, carne de seísmos, inundaciones y otros desastres naturales.




























Monumento al repollo






Una vez descartada la visita al Sinabung, cuyos alrededores permanecían bloqueados, nos propusimos subir al Sibayak, sin actividad desde finales del siglo XIX, y cuya escalada es relativamente sencilla, sin necesidad de guía. Desde el pueblo hay unos 7 kilómetros de caminata, que suelen hacerse en menos de horas. El ascenso se puede hacer en su mayor parte por un camino de asfalto, con algunas pendientes pronunciadas. La última parte concurre a través de unos escalones a través de la jungla. La cosa empieza a ponerse interesante al escuchar el sonido de las primeras fumarolas, que de lejos más bien parece el de un ejército de cortadoras de cesped a toda leche. La llegada a la cima y la visión del cráter fue espectacular. Con cuidado pudimos descender hasta el fondo y darnos una vueltecilla. Un momento mágico; con todos esos vapores y ese olor a azufre, parecía que habíamos descendido al mismísimo infierno. Sublime.

Último tramo de la subida

Interior del cráter


































Si la subida fue dura, la bajada no iba a ser menos. Creo que llegamos a tardar más tiempo que en el ascenso. Si se sube el cráter por la pendiente justo en frente del camino que hemos tomado para llegar, se puede vislumbrar un pequeño sendero que poco a poco va adentrándose en la profundidad de la selva. El camino es un auténtico “rompepiernas”, descendiendo pendientes resbaladizas, saltando troncos de árboles milenarios, sorteando obstáculos varios.... parecía un videojuego de plataformas, Mario y Luigi. El momentazo fue, una vez que dejamos atrás el espesor de la jungla, la llegada a un pueblecillo repleto de algo que nos iba a venir de maravilla: aguas termales. Por un precio pírrico, accedimos a un espacio ocupado por pequeñas piscinas, con el agua a una temperatura que rondaba los cuarenta grados. No teníamos ni bañador ni nada, pero la propietaria nos dejó meternos en calzoncillos, así, tal cual. Total, no había nadie más ahí dentro. Tras un buen rato cociéndonos vivos, reanudamos la marcha llenos de energía, a través de tierras fértiles, llenas de huertas y campos de arroz. La buena vibración que llevábamos encima después de todo lo vivido ese día era indescriptible. De los mejores momentos del viaje.

Inicio del descenso



























 


Poco más podíamos hacer en Berastagi, salvo descansar las piernas y prepararnos para nuestro siguiente destino, el lago Toba. El trayecto hasta allí fue rocambolesco, teniendo que cambiar hasta tres veces de autobús. En uno de los tramos nos tocó un conductor medio chiflado que se creía Fernando Alonso. De buenas a primeras se detuvo para discutir con otro conductor, y regresó con el ojo hinchado del sopapo que le habían dado. Acabó conduciendo con una toalla liada a la cabeza. A todo esto, el resto de pasajeros apenas se inmutó. Menos mal que al final nos esperaba uno de los mejores lugares que he visitado en el mundo, y que nos enganchó terriblemente. En la próxima lo cuento.


























Lo que se rompe volverá a crecer, lo que se pierde será repuesto.”
Proverbio indonesio