Sin apenas darnos cuenta habíamos llegado al
final de nuestro viaje. Nuestra última parada antes de regresar a China era Yogyakarta, uno de los destinos
turísticos más populares, en el centro de Java. Esta ciudad es una de las más
importantes a nivel cultural y comercial de la isla, y está cerca de dos
magníficos templos: Borobudur y Prambanan. Moverse por sus calles es bastante
fácil gracias a su organizada red de transporte urbano. Su centro neurálgico
está en la avenida Malioboro, cerca de la cual se encuentran los hostales de
mochileros y los mercadillos de recuerdos. El producto estrella, omnipresente
en todos los puestos, es el batik, un
tipo de tejido típico de Indonesia. El mejor lugar para conseguirlo es el
mercado de Beringharjo, aunque se requiere destreza y maña a la hora de
regatear.
Como íbamos algo sobrados de tiempo, decidimos
acercarnos uno de los últimos días a las costas del Océano Índico. A pocos kilómetros
de Yogyakarta hay varías playas donde poder pasar el día, entre ellas la de
Indrayanti, la que nosotros escogimos. Hasta que pusimos los pies en su arena
blanca, tuvimos que pasar otra nueva odisea. Desde Yogyakarta no había
autobuses públicos directos, sino que desde otro pueblecito tuvimos que buscar
a alguien que nos llevara. Después de negociar el precio hasta la extenuación,
un señor con bigote y pinta de ser el cacique local, aceptó en llevarnos. Por
el camino empezó a llover a mares y no paró hasta que vimos el mar. La visión
de las olas apareciendo por el horizonte, con las nubes coloreadas al fondo
amenazando una nueva tormenta, compensaba todo lo recorrido.
El gobierno de la ciudad de Yogyakarta no
depende directamente de la administración central, sino del Sultanato de Hamengkubuwono, el cual tiene sus
dependencias centrales en el Kraton, un complejo que contiene la residencia del
sultán y otros edificios históricos. El palacio central es un entramado de
salas, que acogen diversos museos alrededor de la figura del sultán, y patios
con pabellones donde hay actuaciones de gamelán a diversas horas del día. Este
espectáculo musical consiste en una banda que toca instrumentos tradicionales y
un coro de voces, generalmente formado por señoras mayores. A decir verdad, a
pesar de la excitación inicial, apenas sobrevivimos a media hora de actuación.
Todo a punto para el espectáculo |
Dejamos para el último día, el mismo en el que
cumplía 34 años, la visita al templo de Borobudur, el monumento budista más
grande del mundo. Consta de seis plataformas con el último piso coronado de
estupas que cobijan estatuas de Buda. En sus muros se pueden apreciar
excelentes relieves que representan diversos episodios de la cosmología
budista. El templo está situado en un paraje mágico, rodeado de selva y con la
silueta del volcán Merapi al fondo. No podía haber elegido mejor lugar para
celebrar el cumpleaños.
Tengo que reconocer que quizás pasamos más
tiempo de la cuenta en Yogyakarta. Creo que tres días hubieran bastado, pero
nos decantamos por la tranquilidad e ir piano a piano en lugar de ir a otro lugar diferente con
prisas. De todas formas, me encantaría hacer otro viaje por Indonesia. Hay
tantos sitios por visitar, tantas experiencias diferentes por vivir en este mágico
archipiélago, que un mes se queda corto.
En definitiva, el viaje no pudo salir mejor, no
paramos en ningún momento y tanto Giacomo como yo volvimos con las baterías
cargadas (y los gemelos de Puyol), aunque después de haber tocado el paraíso, volver a China no resulta
nada fácil. ¡Paciencia!
Gracias a la abuelita que nos preparó ese "serabi" (dulce indonesio), uno de los mejores momentos del viaje. Va por ella |
“Un bonito día, un regalo para el viajero.”
Proverbio indonesio
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