Otro
lugar cercano a Medán, de relativo fácil acceso, y cuya visita
merece la pena, es Berastagi. Esta localidad, situada en plena meseta
Karo (nombre del grupo étnico predominante en la zona), es famosa
por dos volcanes que se encuentran a pocos kilómetros. Uno de ellos,
el Sinabung, erupcionó un par de días antes de que nosotros
llegáramos. Los lugareños parecían muy tranquilos y describían lo
sucedido con normalidad, a pesar de que el desastre se cobró hasta
14 víctimas, todas ellas muertas por intoxicación debida a los
gases expulsados. Esta tragedia es una más de tantas que ocurren
este país, carne de seísmos, inundaciones y otros desastres
naturales.
Monumento al repollo |
Una vez descartada la visita al Sinabung, cuyos alrededores permanecían
bloqueados, nos propusimos subir al Sibayak, sin actividad desde
finales del siglo XIX, y cuya escalada es relativamente sencilla, sin
necesidad de guía. Desde el pueblo hay unos 7 kilómetros de
caminata, que suelen hacerse en menos de horas. El ascenso se puede
hacer en su mayor parte por un camino de asfalto, con algunas
pendientes pronunciadas. La última parte concurre a través de unos
escalones a través de la jungla. La cosa empieza a ponerse
interesante al escuchar el sonido de las primeras fumarolas, que de
lejos más bien parece el de un ejército de cortadoras de cesped a
toda leche. La llegada a la cima y la visión del cráter fue
espectacular. Con cuidado pudimos descender hasta el fondo y darnos
una vueltecilla. Un momento mágico; con todos esos vapores y ese
olor a azufre, parecía que habíamos descendido al mismísimo
infierno. Sublime.
Último tramo de la subida |
Interior del cráter |
Si la
subida fue dura, la bajada no iba a ser menos. Creo que llegamos a
tardar más tiempo que en el ascenso. Si se sube el cráter por la
pendiente justo en frente del camino que hemos tomado para llegar, se
puede vislumbrar un pequeño sendero que poco a poco va adentrándose
en la profundidad de la selva. El camino es un auténtico
“rompepiernas”, descendiendo pendientes resbaladizas, saltando
troncos de árboles milenarios, sorteando obstáculos varios....
parecía un videojuego de plataformas, Mario y Luigi. El momentazo
fue, una vez que dejamos atrás el espesor de la jungla, la llegada
a un pueblecillo repleto de algo que nos iba a venir de maravilla:
aguas termales. Por un precio pírrico, accedimos a un espacio
ocupado por pequeñas piscinas, con el agua a una temperatura que
rondaba los cuarenta grados. No teníamos ni bañador ni nada, pero
la propietaria nos dejó meternos en calzoncillos, así, tal cual.
Total, no había nadie más ahí dentro. Tras un buen rato
cociéndonos vivos, reanudamos la marcha llenos de energía, a través
de tierras fértiles, llenas de huertas y campos de arroz. La buena
vibración que llevábamos encima después de todo lo vivido ese día
era indescriptible. De los mejores momentos del viaje.
Inicio del descenso |
Poco
más podíamos hacer en Berastagi, salvo descansar las piernas y
prepararnos para nuestro siguiente destino, el lago Toba. El trayecto
hasta allí fue rocambolesco, teniendo que cambiar hasta
tres veces de autobús. En uno de los tramos nos tocó un conductor
medio chiflado que se creía Fernando Alonso. De buenas a primeras se
detuvo para discutir con otro conductor, y regresó con el ojo
hinchado del sopapo que le habían dado. Acabó conduciendo con una
toalla liada a la cabeza. A todo esto, el resto de pasajeros apenas
se inmutó. Menos mal que al final nos esperaba uno de los mejores
lugares que he visitado en el mundo, y que nos enganchó
terriblemente. En la próxima lo cuento.
“Lo
que se rompe volverá a crecer, lo que se pierde será repuesto.”
Proverbio
indonesio
Uy, me chiflan los volcanes. Tomo nota.
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