lunes, 10 de marzo de 2014

Cuando la tierra "erupta"


Otro lugar cercano a Medán, de relativo fácil acceso, y cuya visita merece la pena, es Berastagi. Esta localidad, situada en plena meseta Karo (nombre del grupo étnico predominante en la zona), es famosa por dos volcanes que se encuentran a pocos kilómetros. Uno de ellos, el Sinabung, erupcionó un par de días antes de que nosotros llegáramos. Los lugareños parecían muy tranquilos y describían lo sucedido con normalidad, a pesar de que el desastre se cobró hasta 14 víctimas, todas ellas muertas por intoxicación debida a los gases expulsados. Esta tragedia es una más de tantas que ocurren este país, carne de seísmos, inundaciones y otros desastres naturales.




























Monumento al repollo






Una vez descartada la visita al Sinabung, cuyos alrededores permanecían bloqueados, nos propusimos subir al Sibayak, sin actividad desde finales del siglo XIX, y cuya escalada es relativamente sencilla, sin necesidad de guía. Desde el pueblo hay unos 7 kilómetros de caminata, que suelen hacerse en menos de horas. El ascenso se puede hacer en su mayor parte por un camino de asfalto, con algunas pendientes pronunciadas. La última parte concurre a través de unos escalones a través de la jungla. La cosa empieza a ponerse interesante al escuchar el sonido de las primeras fumarolas, que de lejos más bien parece el de un ejército de cortadoras de cesped a toda leche. La llegada a la cima y la visión del cráter fue espectacular. Con cuidado pudimos descender hasta el fondo y darnos una vueltecilla. Un momento mágico; con todos esos vapores y ese olor a azufre, parecía que habíamos descendido al mismísimo infierno. Sublime.

Último tramo de la subida

Interior del cráter


































Si la subida fue dura, la bajada no iba a ser menos. Creo que llegamos a tardar más tiempo que en el ascenso. Si se sube el cráter por la pendiente justo en frente del camino que hemos tomado para llegar, se puede vislumbrar un pequeño sendero que poco a poco va adentrándose en la profundidad de la selva. El camino es un auténtico “rompepiernas”, descendiendo pendientes resbaladizas, saltando troncos de árboles milenarios, sorteando obstáculos varios.... parecía un videojuego de plataformas, Mario y Luigi. El momentazo fue, una vez que dejamos atrás el espesor de la jungla, la llegada a un pueblecillo repleto de algo que nos iba a venir de maravilla: aguas termales. Por un precio pírrico, accedimos a un espacio ocupado por pequeñas piscinas, con el agua a una temperatura que rondaba los cuarenta grados. No teníamos ni bañador ni nada, pero la propietaria nos dejó meternos en calzoncillos, así, tal cual. Total, no había nadie más ahí dentro. Tras un buen rato cociéndonos vivos, reanudamos la marcha llenos de energía, a través de tierras fértiles, llenas de huertas y campos de arroz. La buena vibración que llevábamos encima después de todo lo vivido ese día era indescriptible. De los mejores momentos del viaje.

Inicio del descenso



























 


Poco más podíamos hacer en Berastagi, salvo descansar las piernas y prepararnos para nuestro siguiente destino, el lago Toba. El trayecto hasta allí fue rocambolesco, teniendo que cambiar hasta tres veces de autobús. En uno de los tramos nos tocó un conductor medio chiflado que se creía Fernando Alonso. De buenas a primeras se detuvo para discutir con otro conductor, y regresó con el ojo hinchado del sopapo que le habían dado. Acabó conduciendo con una toalla liada a la cabeza. A todo esto, el resto de pasajeros apenas se inmutó. Menos mal que al final nos esperaba uno de los mejores lugares que he visitado en el mundo, y que nos enganchó terriblemente. En la próxima lo cuento.


























Lo que se rompe volverá a crecer, lo que se pierde será repuesto.”
Proverbio indonesio

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