Un poco antes del mediodía, llegamos a la estación de Bukittinggi
después de 17 horas de pesadilla a bordo de un autobús que
tardaremos en olvidar. Al menos nosotros llegamos sanos y salvos,
cosa que no pudieron decir los pasajeros de algunos vehículos
siniestrados que vimos desde las ventanillas. Y es que la carretera
se las traía, con tramos imposibles, llenos de baches, socavones y
curvas cerradísimas. Solo paramos una vez, tras ocho horas, en la
que el primer chófer, totalmente colocado, pasó el relevo a otro no
menos estimulado. Para colmo, los asientos se movían y era difícil
evitar no caerse, el hedor del baño se expandía por todo el
autobús, y una estridente música pop local sonaba por los
altavoces. Aún así, la mayor parte de los pasajeros dormían, ver
para creer. Fueron las peores horas de todo el viaje, pero no había
manera de evitarlas si queríamos llegar a nuestra meta.
El horror |
Mereció
la pena la odisea hasta Bukittinggi (“colina alta” en indonesio),
una tranquila ciudad, con un clima refrescante, rodeada de arrozales
y dos volcanes en sus alrededores. Desde aquí es posible realizar
varios circuitos de senderismo y otras actividades de aventura. Entre
sus principales puntos de interés está la Torre del Reloj (Jam
Gadang), construida por los colonos holandeses, en la plaza
principal, con sus mercadillos aledaños. No muy lejos se halla el
Panorama Park, desde donde se aprecian unas vistas espectaculares del
cañón Sianok. Al atardecer, es posible divisar bandadas de enormes
zorros voladores que salen de su guarida en busca de comida.
Teh Talua, té mezclado con huevo y limón, todo un descubrimiento |
Muy
cerca de Bukinttinggi, a tan solo 5 kilómetros, se encuentra Koto
Gadang, pequeña localidad famosa por sus talleres de orfebrería,
instalados en antiguas casas de recreo de los colonos holandeses. La
ruta hasta aquí se puede hacer a pie, pasando el cañón Sianok, siguiendo la
serpenteante carretera. El paisaje es todo un espectáculo, con la
imponente vista del volcán Merapi entre campos de arroz. Llegamos a
la aldea bastante cansados y con ganas de comer. Ayudados por
nuestros gestos y la palabra mágica “makan” (“comida” en
indonesio), conseguimos que unas estudiantes nos guiaran hasta un
restaurante local, donde nos pegamos un merecido festín a base de
delicias de la tierra.
Nuestras salvadoras |
Otro
día decidimos pillar un autobús rumbo a Puncak Lawang, una colina
cubierta de pinos desde cuya cima se divisa el lago Maninjau que, al
igual que el Toba, se ubica dentro de un cráter volcánico.
Alrededor de este bucólico paraje hay varias aldeitas donde habitan
los miembros de la etnia Minangkabau, una sociedad matriarcal en la
que las mujeres tienen un rol central. Ellas son las que manejan los
recursos y toman las principales decisiones en el seno de la familia.
La
estancia en Bukittinggi, además de ser la primera vez en mi vida que viajaba por debajo del ecuador, marcaba el final de nuestro viaje en Sumatra.
Todavía nos quedaban unos días de vacaciones que decidimos pasar en
Yogyakarta, en la isla de Java. Para ir hasta allí tomamos un vuelo local en
Padang, una ciudad en la que apenas hay nada que merezca la pena
visitar salvo el barrio chino. La noche previa al vuelo cayó una
tormenta épica que inundó parte del paseo marítimo y casi tenemos
que volver al hotel en canoa. De haber sido así, tampoco nos hubiera
extrañado mucho; casi a diario se hablaba de alguna inundación,
volcán o terremoto en las noticias. Pero, por suerte, la buena
estrella seguía con nosotros.
“Con
voluntad hay siempre posibilidad.”
Proverbio
indonesio
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