lunes, 24 de marzo de 2014

Pasando el ecuador



Un poco antes del mediodía, llegamos a la estación de Bukittinggi después de 17 horas de pesadilla a bordo de un autobús que tardaremos en olvidar. Al menos nosotros llegamos sanos y salvos, cosa que no pudieron decir los pasajeros de algunos vehículos siniestrados que vimos desde las ventanillas. Y es que la carretera se las traía, con tramos imposibles, llenos de baches, socavones y curvas cerradísimas. Solo paramos una vez, tras ocho horas, en la que el primer chófer, totalmente colocado, pasó el relevo a otro no menos estimulado. Para colmo, los asientos se movían y era difícil evitar no caerse, el hedor del baño se expandía por todo el autobús, y una estridente música pop local sonaba por los altavoces. Aún así, la mayor parte de los pasajeros dormían, ver para creer. Fueron las peores horas de todo el viaje, pero no había manera de evitarlas si queríamos llegar a nuestra meta. 

El horror



Mereció la pena la odisea hasta Bukittinggi (“colina alta” en indonesio), una tranquila ciudad, con un clima refrescante, rodeada de arrozales y dos volcanes en sus alrededores. Desde aquí es posible realizar varios circuitos de senderismo y otras actividades de aventura. Entre sus principales puntos de interés está la Torre del Reloj (Jam Gadang), construida por los colonos holandeses, en la plaza principal, con sus mercadillos aledaños. No muy lejos se halla el Panorama Park, desde donde se aprecian unas vistas espectaculares del cañón Sianok. Al atardecer, es posible divisar bandadas de enormes zorros voladores que salen de su guarida en busca de comida. 


Teh Talua, té mezclado con huevo y limón, todo un descubrimiento

















































Muy cerca de Bukinttinggi, a tan solo 5 kilómetros, se encuentra Koto Gadang, pequeña localidad famosa por sus talleres de orfebrería, instalados en antiguas casas de recreo de los colonos holandeses. La ruta hasta aquí se puede hacer a pie, pasando el cañón Sianok, siguiendo la serpenteante carretera. El paisaje es todo un espectáculo, con la imponente vista del volcán Merapi entre campos de arroz. Llegamos a la aldea bastante cansados y con ganas de comer. Ayudados por nuestros gestos y la palabra mágica “makan” (“comida” en indonesio), conseguimos que unas estudiantes nos guiaran hasta un restaurante local, donde nos pegamos un merecido festín a base de delicias de la tierra.

Nuestras salvadoras



Otro día decidimos pillar un autobús rumbo a Puncak Lawang, una colina cubierta de pinos desde cuya cima se divisa el lago Maninjau que, al igual que el Toba, se ubica dentro de un cráter volcánico. Alrededor de este bucólico paraje hay varias aldeitas donde habitan los miembros de la etnia Minangkabau, una sociedad matriarcal en la que las mujeres tienen un rol central. Ellas son las que manejan los recursos y toman las principales decisiones en el seno de la familia.




La estancia en Bukittinggi, además de ser la primera vez en mi vida que viajaba por debajo del ecuador, marcaba el final de nuestro viaje en Sumatra. Todavía nos quedaban unos días de vacaciones que decidimos pasar en Yogyakarta, en la isla de Java. Para ir hasta allí tomamos un vuelo local en Padang, una ciudad en la que apenas hay nada que merezca la pena visitar salvo el barrio chino. La noche previa al vuelo cayó una tormenta épica que inundó parte del paseo marítimo y casi tenemos que volver al hotel en canoa. De haber sido así, tampoco nos hubiera extrañado mucho; casi a diario se hablaba de alguna inundación, volcán o terremoto en las noticias. Pero, por suerte, la buena estrella seguía con nosotros.














Con voluntad hay siempre posibilidad.”
Proverbio indonesio

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