martes, 9 de agosto de 2016

Verano coreano (II): Punggi y Andong


Tras el ajetreo de Seúl marché en dirección Sureste, hacia la provincia de Gyeonsangbuk, una zona de campiña fértil entre cordilleras con sensacionales paisajes y vestigios históricos desparramados por sus poblaciones. Una de ellas, Punggi, no es lo que se dice un lugar turístico, al menos para los extranjeros, pero decidí hacer un alto en casa de una familia de “couchsurfers” trotamundos que me propuso quedarme allí un par de días. Pronto pude descubrir que el lugar, aparte de ser famoso por su jengibre, cuenta con lugares interesantes en sus alrededores, como el parque nacional de Sobaeksan, donde pasamos prácticamente un día entero. Fue una jornada estupenda en medio de un fantástico paraje natural y acompañado de una familia encantadora, bebé de seis meses a cuestas incluido.


























La ciudad de Andong es bastante más conocida sobre todo por el legado cultural que posee. Cuenta la anécdota que cuando Elisabeth II, reina de Inglaterra, estuvo de visita hace unos años dijo que quería visitar el lugar más coreano de Corea y la llevaron aquí. Nada más llegar, mi anfitriona y su novio me llevaron a un bonito parque donde se pueden ver réplicas de casas tradicionales coreanas y visitar de paso el museo del folklore. Aquí se puede encontrar abundante información sobre ceremonias, rituales, vestimenta, juegos, y otros elementos de la cultura coreana. Como colofón, tras una opípara cena, asistimos a una representación de una obra de teatro clásico coreano. No consigo recordar el nombre, pero iba de un gobernador que se enamora de una concubina, pero, por lo que vi, su amor era imposible. La puesta en escena me dejó embobado hasta el final. Espectacular.









A la mañana siguiente me fui solo a dar una vuelta por el barrio de Sinse-dong, un auténtico museo al aire libre, con casas viejas cuyos muros han sido redecorados por estudiantes de arte. Esta iniciativa dotó de nuevo de vida a una urbanización condenada al abandono. Merece la pena pasear por esta zona y contemplar los detalles en cada rincón.








Al mediodía, de nuevo con mis anfitriones, nos acercamos a la aldea Hahoe, patrimonio de la UNESCO, a pocos kilómetros de Andong. Aquí se preserva de manera excepcional una buena muestra de viviendas tradicionales coreanas, muchas de ellas todavía habitadas. También es el lugar ideal para contemplar la danza de las máscaras, representativa de Andong, pero ese día resultó que no tenían función. Después de recorrer cada callejuela y plazoleta, es recomendable subir a la cima del acantilado Byongdae desde donde podemos disfrutar de una vista general completa de la villa y sus alrededores.











Satisfecho por lo vivido y el trato recibido, continué mi camino hacia el sur, rumbo a Gyeongju, una parada clásica para los que visitan esta región. Seguía sintiéndome pletórico, no tanto por los lugares en sí, sino por cómo la gente que me acogió se portaba conmigo, de forma tan amable y afectiva. Para mí era un verdadero lujo poder pasar mi tiempo con ellos y poder conocer con más detalle si cabe los sitios que había incluido en mi itinerario. Una experiencia que merece las mejores páginas de este blog.


















“Un momento es más valioso que miles de piezas de oro.”
Proverbio coreano

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