domingo, 12 de febrero de 2012

Camboya, entre el cielo y el infierno



La primera parte de mi viaje por el sudeste asiático transcurrió en el Reino de Camboya. Fueron solo cinco días en los que tuve la oportunidad de conocer tanto la huella del esplendor de tiempos pasados, en los maravillosos templos de Angkor, como los restos del horror y la masacre perpetrada por el dictador Pol Pot y sus jemeres rojos, en una de sus antiguas prisiones en la capital, Phnom Penh. La gloria y el terror, la fastuosidad y la debacle, ambas caras de la moneda siguen condicionando la identidad y la idiosincrasia del pueblo camboyano, buena gente donde la haya, que no borra su sonrisa a pesar de las inclemencias a las que aún se ven sometida.







Una vez cruzada la frontera desde Tailandia, hay autobuses que van hasta la localidad de Siem Reap, la base de operaciones desde la que planear la visita a los templos de Angkor, uno de los lugares más impresionantes del planeta Tierra, no solo desde el punto de vista arquitectónico, sino también por el enclave natural que lo rodea. Construidos entre los siglos IX y XIII D.C., constituyen el principal símbolo del país y reflejan el legado de lo que en su tiempo fue un glorioso imperio, el Khmer (o Jemer). Al parecer, se necesitan al menos dos o tres días para explorar completamente el conjunto, pero si se va justo de tiempo, con un día en bicicleta se pueden recorrer las estructuras principales. Son unos 8 kilómetros desde Siem Reap, y el camino es completamente llano, casi todo en línea recta. Un paseo bastante placentero.







Conforme se llega por la carretera, lo primero que se divisa son las torres del templo de Angkor Wat, dedicado al dios hindú Vishnu, considerado el edificio religioso de mayores dimensiones en todo el mundo, y el mejor conservado de todo el conjunto. Se dice que su trazado y disposición simbolizan la creación del universo según el hinduismo. Un poco más al norte se encuentra la ciudad fortificada de Angkor Thom, que acoge, entre otras construcciones, el alucinante templo de Bayon, con sus misteriosas caras grabadas en la piedra, el templo de Baphuon y la terraza de los elefantes. La experiencia de caminar por las místicas ruinas, se vuelve más atractiva cuando uno se para a contemplar el paisaje natural que le rodea. Me imagino la cara que tuvo que poner Henri Mouhot, el explorador francés, cuando descubrió los templos allá por el siglo XIX en uno de sus viajes. Para quedarse mudo de la impresión.







Empujado por mi afición a la historia, partí rumbo a la capital de Camboya, Phnom Penh, para conocer más a fondo la historia de Pol Pot y sus jemeres rojos. Por su parte, mi compañero de viaje hasta ese momento, el ucraniano Oleksi, prefirió tirar hacia Sihanoukville, en busca de playas arenosas. Me habían recomendado no dedicarle mucho tiempo a Phnom Penh, que no era nada del otro mundo, pero a mi no me pareció mal sitio, la verdad. Al principio puede resultar caótica y algo estresante, pero basta darse un paseo por la ribera del Toule Sap para empezar a deleitarse con la que en su tiempo fue una de las ciudades más bellas del Sudeste asiático (antes de la llegada de los jemeres rojos).


Monumento a la independencia


Palacio Real



El principal motivo por el que decidí hacer escala en Phnom Penh fue adentrarme un poco más en la página más negra de la historia reciente camboyana, la perteneciente al período comprendido entre 1975 y 1979, cuando el grupo guerrillero revolucionario de ideología maoista conocido como los jemeres rojos, liderado por Pol Pot, tomó el poder, instaurando un gobierno basado en el terror y la represión. Se estima que hasta tres millones de personas fueron aniquiladas (más de un tercio de la población) durante esos años, y cientos de miles fueron torturados, abandonados lejos de sus ciudades natales, o enviados a campos de concentración. En Phnom Penh hay dos lugares donde se recuerda este espantoso episodio: los campos de exterminio de Choeung Ek y el museo Tuol Sleng (antigua prisión). El sentimiento de repulsa y desolación al saber de lo que puede llegar a ser capaz el ser humano es parejo al que experimenté cuando visité el antiguo campo nazi de Auschwitz, o el museo del genocidio soviético en Vilnius (Lituania). Miedo, impotencia, rechazo. De todas formas, es necesario que lugares así sigan perviviendo para enseñar y sensibilizar a las generaciones venideras para que masacres así no se vuelvan a repetir en el futuro.


Cráneo encontrados en las fosas comunes de Choeung Ek


Reglamento de la antigua prisión S-21


Patio del museo Tuol Sleng. Antes de haberse convertido en prisión, era una escuela.


Instrumentos de tortura

Si no llega a ser porque tenía pendiente un encuentro en Laos, me hubiera quedado un poco más de tiempo en Camboya. Haciendo balance general, fue quizás el país de los tres que visité donde mejor buen rollo me transmitió la gente, y más cómodo me sentí en todo momento. Faltaron días para bajar a la costa, por ejemplo, o parar más tiempo en Angkor. Lugares en la tierra como Camboya se merecen una segunda oportunidad.



"Tenéis el reloj, tenemos el tiempo."

Proverbio camboyano

2 comentarios:

  1. Hola, soy Laura de Barcelona. Quería preguntarte qué titulación tienes para poder ejercer como profesor de español tanto en la India como en China. Buscando como ser profesora de español en India me encontré con tu blog y es algo que me gustaría realizar, quizás tu experiencia pueda ayudarme.

    Me gustaría mucho poder contactar contigo pero no quiero facilitar mi mail por aquí, tienes twitter? @lausinlaura

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  2. Hola Laura, la única titulación que tengo es la de licenciado en Psicología, y algunos cursos específicos para profesores de español. El resto es todo experiencia y buena suerte. Tengo cuenta de Twitter, creo que puedes encontrarme por @pakonas

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